Antropología filosófica. Disertaciones 07.
febrero 22, 2017 Deja un comentario
7. ¿HACIA DÓNDE VOY…?
Siempre hay un momento en la vida en que la pregunta “¿hacia dónde voy?” nos detiene en el camino y nos hace mirar hacia atrás, obligándonos a reflexionar en si vamos en el rumbo correcto, o si ese es el camino que queremos continuar. Pero lo que quizás es todavía más perturbador es preguntarnos si el camino que recorremos, el camino que hemos tomado, el camino que en algún momento elegimos, es el que queríamos andar.
Pero independientemente de esto, ¿cuál es la respuesta a la pregunta inicial?
Bueno, para dar una respuesta hay que ir a los orígenes.
Pienso que desde que somos niños queremos ser algo y esa idea se enlaza automáticamente con un rumbo a seguir, el rumbo que traza el camino que nos lleva hacia lo que queremos lograr en la vida.
Pero ese camino no está hecho; debemos construirlo. Creo que nuestra vida se liga con ese propósito de ser algo, algo que dé sentido a nuestra vida precisamente.
Y ser algo, de primera instancia no parte de un razonamiento; al principio, ser algo que deseamos, y caminar hacia la consecución de esa intención, lo provoca una idea, una imagen, un sentimiento, una emoción.
En mi caso particular, yo deseaba ser músico. Cuando tenía ocho años de edad, hice mi primera comunión, y oí por primera vez la música del órgano monumental.
Esa sensación jamás la podré olvidar; sensación cuasi orgásmica, que desembocó en una emoción, y luego una mezcla de sentimientos, y finalmente una idea infantil: “¡Quiero ser sacerdote!” Me imaginaba, como el ministro religioso que oficiaba la misa en ese momento, rodeado de aquella música y yo a mi vez oficiando la misa católica que, obviamente para mi mente de niño, era un todo con las notas producidas por el órgano parroquial.
Por una razón extraña, nunca nadie supo de mi vocación musical y mi amor por la música.
Mientras estuve con los jesuitas, de acólito, de bibliotecario, de estudiante seminarista, sentí que no necesitaba más.
Pero, crecí y mi camino, no sé dónde, ya no era el que yo me imaginaba.
¿Me engañaron mis sentidos? No lo creo; el problema es que a veces no sabemos cómo construir ese camino.
Y la toma de decisiones para lograrlo no son siempre ni las correctas ni las adecuadas.
Con los jesuitas conocí el teatro, y de ese modo mi personalidad y el arte dramático se enamoraron, aun cuando mi corazón seguía enamorado de la música.
Y como a veces ocurre con las personas, me casé con el teatro, pero mi gran amor ha sido siempre la música, y hemos sido amantes.
Aprendí a tocar en una guitarra, luego en un órgano electrónico, cuando pude comprarlo. Tengo una veintena de composiciones originales. Voy por la calle y de pronto oigo una melodía nueva en mi cabeza; trato de no olvidarla y en cuanto puedo, la traslado al teclado melódico…
En fin, ¿y mi camino, a dónde me ha llevado? Es curioso, pero las decisiones son el verdadero camino. Dejé a los jesuitas, y la carrera del sacerdocio, que no era para mí.
Estudié letras dramáticas y teatro, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, y ésa ha sido mi profesión: hacer teatro; escribir teatro, enseñar técnicas actorales, actuar, producir, dirigir… poner en escena una obra teatral.
Me casé, tuve un hijo y una hija, tengo tres nietos vivos, una compañera que ha estado a mi lado, realmente en las buenas y en las malas. Y una carrera teatral que dejé cuando mi primer nietecito fue diagnosticado con leucemia, a los dos años tres meses de edad, y falleció 15 días antes de cumplir 6 años de vida.
Un niño, que mi hija decidió dejarlo con nosotros porque para ella era demasiado la realidad de aquella situación. Un nietecito que de pronto era ya “mi hijo”. Un nene padeciendo una enfermedad prácticamente incurable, que su madre sólo veía los domingos o cuando estaba internado en el hospital. Un nene que me enseñó la fortaleza ante el sufrimiento, el amor incondicional, el significado de vivir… y el de morir.
Ahora después de varios años de su fallecimiento (murió un 13 de abril de 2009), en mi camino nebuloso se vislumbra un propósito olvidado, un sendero que alguna vez exploré cuando estaba en los últimos años de la carrera de Letras Dramáticas y Teatro, en Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México:
la Psicología.
Un sendero que ahora es un camino, un nuevo camino. Ya no podré dedicarle mucho tiempo, lo sé. Pero es a donde voy ahora. Mi camino, el que construí, no era el que imaginé de niño, pero es el que he andado. Y pude construirlo lo mejor que pude.
Logré satisfacciones insospechadas; la verdad y la realidad fueron un hecho sensible, porque el teatro fue, en la analogía de una esposa, una gran aventura y un gran proyecto, una incomparable compañera.
Ese camino fue rico en experiencias y conocimientos, me hizo en mucho lo que soy…
Me dio enormes momentos de felicidad, le dio sentido a mi vida. Pero lo más sustancial es que ese camino que construí con mis decisiones, me dio la posibilidad de vislumbrar nuevos horizontes y un auto-conocimiento inconmensurable.
Y es que ese camino no fue, al final, sólo mi propósito de niño, sino que confluyó en él todo lo que es parte de mi vida:
Mi familia, mi perra, mi casa, mi auto, mis libros, mi carrera, mis alumnos… mis amores… TODO….
Es muy difícil tener las respuestas a tantas preguntas ontológicas y existenciales de nuestra vida. Pero es imprescindible intentarlo. Quizá es la única manera de entendernos, de descubrir misterios, de acceder a esos recónditos rincones de nuestro ser.
Descartes, Spinoza, Leibniz, Tomás de Aquino, Agustín de Hipona, Platón, Aristóteles, Sócrates, etcétera, descubrieron sus ideas, su pensamiento y su visión del mundo y el ser humano, de un modo muy humano: reflexionando, cuestionando, analizando, y -en el sentido estricto de la palabra- filosofando….